martes, 14 de mayo de 2013

Solo el Tártaro lo sabe



Una voz, como si un millón de serpientes le estuviesen hablando, sonó desde la oscuridad:
- Sólo el Tártaro lo sabe, Perseus Jackson.-
Percy se despertó, sobresaltado. El Tártaro era un lugar negro, yermo, sin vegetación ni ninguna señal de vida, salvo todos los monstruos que ocultaba. En cualquier momento podrían morir, bien mientras dormían, bien por uno de todos los temblores que sacudían el lugar. Ahí abajo no había ninguna luz, todo estaba sumido en la oscuridad y el suelo estaba lleno de grietas, donde podías caer si te descuidabas. No, el Tártaro no era un paraíso y por eso se sorprendió al ver a Annabeth junto a él sonriendo. Llevaban ahí abajo aproximadamente cuatro días, aunque era difícil saberlo sin poder contar con un Sol sobre sus cabezas. Estaban mugrientos y sus ropas ya no se distinguían del suelo, de un negro color carbón, por eso le extraño que ella estuviese sonriéndole, él hacía unos días que no encontraba motivos para hacerlo.
Desenvainó a Contracorriente y su leve brillo le permitió asegurarse de que no se había equivocado, ante él estaba una chica con el pelo rubio y rizado prácticamente gris por las cenizas del aire. Al verla, como todos los días que llevaban ahí, no se arrepintió de su decisión. No sería capaz de dejarla. Nunca más. Al ver su gesto de extrañeza, ella, aún sonriendo levemente, le contestó a su muda pregunta:
- Todavía babeas mientras duermes.-






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