lunes, 20 de mayo de 2013

Un despertar desafortunado





Lo primero que noto al despertarme es el dulzón olor del loto. No estoy segura de por que se a que huele el loto, solo se que me resulta un olor familiar. Me cuesta horrores hasta que consigo abrir los ojos, pero cuando lo consigo no encuentro mucha cosa.

Estoy tumbada en una cama de madera por los bordes y una cuerda rasposa con forma de red en el centro, en una habitación de paredes completamente blancas, vestida con  un vestido blanco que definitivamente no es mío.

Miro por la ventana, un hueco rectangular en la pared, y se me corta el aliento. A lo lejos, cerca de un desierto, hay una enorme construcción de piedra llena de relieves. Un templo.

Un flashback acude a mi mente. Yo de pequeña, una niña de siete años vestida con un vestido de tela vaquera, al lado de una mujer con mi mismo pelo oscuro, ella iba vestida con unos pantalones caquis de media pierna y una camisa blanca. La mujer me está explicando que ese templo en el que estábamos, estaba construido en honor a uno de los dioses más importantes de Egipto, concretamente a uno con cabeza de Halcón, según lo que la mujer contaba era el mejor conservado y el segundo más importante.

Solo que el templo que yo estoy contemplando tiene algo diferente, todo está pintado en colores vivos, no le falta una mínima parte y no son turistas los que atraviesan sus puertas, son sacerdotes. Me froto los ojos con fuerza, limpiando todo rastro de sueño, y vuelvo a mirar. Sigue igual que antes, pero ahora también puedo distinguir un bazar que recorre una calle principal de la que salen muchas secundarias. Muchos aldeanos regatean en los puestos. Cierro los ojos y me vuelvo a tumbar.

Oigo la voz de un hombre desde la puerta de la habitación.

- es bonito ¿verdad? Aunque también es demasiado ruidoso.-

Abro los ojos de golpe y le miro aterrada.

-¿Quién es usted?- consigo decir mientras ,despacio, me levanto.

- El dueño de esta casa, muchacha. Te encontré en la calle, desmayada  y deshidratada. He cuidado de ti hasta ahora.-

Dedico un momento a mirarle e intentar averiguar sus intenciones. Tiene el rostro bronceado, probablemente por pasar varias horas trabajando al So, tiene la cara arrugada, pero aún así tiene unos amables ojos marrones. Como ve que no le respondo, dice:

- Mi nombre es Josué.-

Él realmente parece tener buena intención. Estrecho la mano que me tiende y le digo:

-Grace Black.-





Le doy las gracias a Josué y me despide en su puerta. Salgo dispuesta a conseguir algo de comida o bebida hasta que me doy cuenta de que no tengo nada para dar a cambio en los puestos. Me encojo de hombros, en este momento no me acuerdo de donde he venido, pero estoy prácticamente segura de que a mi madre no le gustaría verme hacer lo que estoy pensando.

Me pillan cuando ya he cogido la tercera manzana. Me había colgado boca debajo de la ventana baja de una casa de la calle principal donde un frutero había puesto delante su tenderete. Una mano me agarra del hombro y me empuja hacia abajo, tirándome al suelo. Mi cadera choca contra la piedra y un dolor agudo se extiende por mi pierna, pero el hombre del puesto no me da tiempo para asimilar el golpe, me agarra los hombros y me levanta. Me veo rodeada por diez hombres como mínimo.

-¿Qué te crees que haces, niña?- Dice el que me ha tirado de la ventana, su aliento apesta a cerveza de cebada y parece algo borracho.

- ¿Tendremos que cortarte la mano para que aprendas a no robar?-

Se acercan más a mi y veo que varios de ellos llevan cuchillos. Uno de ellos me agarra por las muñecas y yo le escupo en la cara. Ahora a parte del que me sujeta las muñecas también hay uno que me tiene agarrada por el cuello. Cierro la boca, tengo clara una cosa y es que no pienso gritar. El cuchillo va bajando hacia mis muñecas…





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