Estoy escondida en un
callejón oscuro de Menfis. Veo la sombra que estaba esperando y
“accidentalmente” me choco con la mujer que pasaba por delante.
-Oh, disculpe- exclamo con la
voz más convincente que puedo.
- No pasa nada, joven.- Aunque
por su tono de voz queda claro que la doy asco.
Cuando se agacha para recoger
un anillo que se había desprendido de su dedo por un momento puedo ver los
numerosos collares e oro y piedras preciosas que lleva debajo de esa capa que
aparenta ser humilde, aunque con la calidad de su capa una familia del pueblo
podría comer durante un año, nunca engañaría a nadie. Mis contactos me habían
informado que una familiar cercana del faraón, s hermana mayor, iba a cruzar la
ciudad esta noche y yo he estado esperando este momento durante tres horas.
Coloco mi bolsa en el suelo,
aparentando que es demasiado pesada y repentinamente se me doblan las
rodillas. La mujer no tiene más remedio
que sujetarme para que no la derribe a ella también, la paso los brazos
alrededor de los hombros y el cuello, haciendo que me sujeto, y discreta y
rápidamente la desabrocho todas las joyas mientras empujo mi bolsa hasta debajo
de nuestros pies, así cuando caen el sonido se amortigua.
Cuando he terminado me aparto
y miro a la mujer.
-Lo siento, me he mareado.-
Ella se aparta de mí, aún más
asqueada que antes. No me sorprende su conducta, todos los nobles tratan así a
los plebeyos, aunque sí me enfada un poco, en vez de ofrecerlos ayuda huyen,
temiendo ser contagiados por alguna enfermedad.
Cuando desaparece por una
esquina recojo la bolsa y vuelvo al callejón.
Cuando me aseguro de que no
hay nadie cerca, abro la bolsa. Dentro hay cinco collares de oro y lapislázuli.
Al mirarlos con más atención a la luz de la luna puedo distinguir que uno tiene
el nudo de Isis, otro las alas de Nejbet y el resto son simples piezas de
joyería de decoración. Cuando estoy a punto de irme por donde he venido, veo un
destello dorado que me hace retroceder. Hay un collar que se me ha debido caer
antes en el suelo, estoy a punto de cogerlo hasta que me doy cuenta de que está
compuesto, principalmente, por un enorme Ojo de Horus de oro. Una mueca de
disgusto se dibuja inconscientemente en mi boca, pero aún así decido
llevármelo, venderlo equivaldría a un año de comida y bebida para tres
familias. Lo cojo con la punta de los dedos, como si estuviese a punto de
explotar y lo meto rápidamente en la bolsa.
Miro a ambos lados para
asegurarme de que no hay nadie que pueda verme y vuelvo al callejón. A mitad de
camino me detengo y presiono un ladrillo de la pared. La puerta se abre y entro
en los pasadizos. Al menos aquí abajo hace más calor que arriba, me estaba
congelando. Lo malo de los pasadizos es que no hay nada que los alumbre y esto
está más oscuro que la boca del lobo. Cuanto me gustaría tener una linterna, el
inconveniente es que todavía no se han inventado.
Chasqueo los dedos y de la
palma de mi mano surge una llama completamente rojo granate que se mueve entre
mis dedos y me alumbra el camino. Desde los ocho meses que llevo recorriendo
los túneles a nadie se le ha ocurrido la idea de poner antorchas, aunque ahora
que lo pienso los túneles recorren el subsuelo de todas las ciudades
importantes y las conecta entre si, así que supongo que sería algo difícil
alumbrarlo todo, sin contar que las paredes y el techo están cubiertos de
goteras y hay demasiada humedad en el aire. De lo más acogedor.
Me detengo al encontrar la
puerta que estaba buscando. Cuando salí del templo de Isis solo me quedaron dos
opciones, hacer lo que hago ahora o esperar en la calle a que los guardias del
faraón me encontrasen, así que elegí la primera, y con todo el conocimiento que
había aprendido en Philae pude encontrar esto y aprender a orientarme.
Apoyo las manos el símbolo de
la rosa del desierto que está tallado en la puerta y digo:
-Otreised.-
La puerta se abre, y me cae
arena en la cara.
Estoy prácticamente segura de
que para construir estos pasadizos se utilizó magia, por que la pared que yo he
atravesado estaba en una pared lateral y salgo por una trampilla en el suelo.
El sol me da en la cara y por
un momento no veo nada pero cuando mis ojos se acostumbran , puedo ver que
estoy en una pequeña cueva con una gran abertura que da al desierto.
Me sacudo de encima la arena
que me ha caído y empiezo a andar, esperando llegar al campamento antes de que
anochezca.
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