lunes, 19 de agosto de 2013

Todo el mundo quiere una gran boda

Nota: Antes de nada, LO SIENTO MUCHÍSIMO, mi ordenador se había roto  y no podía escribir en otro sitio. Pero ahora que está arreglado esto va a llenarse de capítulos y fan fictions, wajajajaja.




Una luz me golpea de lleno en la cara y abro los ojos. Lo primero que veo es una lámpara de aceite, que estoy bajo tierra y encerrada.
-Oh, fabuloso.- pienso en voz alta
Llevo días sin comer y ahora estoy encerrada en cualquier sitio; esto es hospitalidad y el resto son tonterías.
Estoy cabreada y lo único que se me ocurre hacer es pegarle un puñetazo a la pared. Hecho el brazo hacia atrás y golpeo. Me arrepiento al instante. No me importa el dolor y la seguridad de que me he roto un par de dedos,  de lo que me arrepiento es haber hecho exactamente lo mismo que Edfú hizo. Intento relajarme y  cuando lo consigo, noto un fuerte dolor en la mano y noto que me sangra. Estoy a punto de rasgar los bordes de mi sucio vestido para intentar tapar las heridas cuando la puerta que me separa de el mundo exterior se abre y puedo ver a un hombre con la misma estructura física de Kebos, aunque mucho  menos amenazante. El hombre, al ver mi mano, hace un sonido de desagrado con la boca y me agarra del brazo, empujándome por unas escaleras de piedra que suben arriba.
-¡Hey!¡Suelta tus grasientas manos de mí!- Le grito, llena de furia.
Él no me responde y su agarre es demasiado fuerte para que pueda intentar escapar, así que me dejo llevar.
El matón me lleva a una sala blanca y bastante iluminada donde hay un montón de chicas cosiendo un vestido precioso. Debe ser que no se le da muy bien hablar con las personas, así que se limita a soltar un grave:
- Curadla y preparadla.- Y se marcha
¿Prepararme?¿Prepararme para qué?
Desgraciadamente la respuesta llega enseguida.
- Es usted la afortunada, joven- me dice una mujer más mayor que las demás-. De todas las pretendientes, el faraón la ha elegido a usted.-
La mujer lo dice como si fuese algo por lo que alegrarse, pero a mi me han entrado ganas de vomitar.
Van a casarme.
Seguramente me casen con un hombre que me triplique la edad.
Definitivamente, los dioses me odian. Al menos ya puedo usar esta expresión y saber que es cierta.
Las chicas me lavan las heridas y me peinan (Es sorprendente la cantidad de arena que he podido almacenar en mi cabeza) y cuando terminan, me visten.
Llevo un vestido ajustado color papiro debajo de otro más ancho y blanco. Llevo tantas joyas encima que me cuesta mantenerme recta. Collares De oro y lapislázuli, esmeraldas y rubíes… Cualquier chica mataría por estar en mi lugar pero yo solo quiero irme de aquí y volver a casa. A no, que no tengo. Que inconveniente.
No me creo que me vayan a casar con quince años y no me creo que mi suerte sea tan condenadamente mala.
Cuando el hombre vuelve para llevarme al patio para la boda le lanzo puñetazos, patadas, pataleo, grito, pero hay algo que tengo claro que no voy a hacer.
No voy a rezar.
No voy a proporcionarles esa satisfacción.
Cuando el soldado consigue sacarme al patio abro la boca, impresionada. A mi alrededor todo está decorado con flores blancas y el aire huele a jazmín. Con todo el oro que hay a mi alrededor podría rellenar una pis-. Meneo la cabeza, no recuerdo con qué iba a compararlo. Hay halcones posados en todos los tejados y columnas, hay por lo menos cincuenta de estas aves rapaces. También hay algunas grullas sueltas por el patio, y por el rabillo del ojo distingo a un chacal negro escondido en las sombras, aunque desconozco como ha entrado.
El guardia me lleva hasta un altar de madera donde me espera un hombre vestido con el tocado de faraón. Aunque no creo que pueda llamarse “hombre”, ya que debe ser por lo menos cinco años más joven que yo.
Miro al guarda con una mirada de – Me estás vacilando ¿no?- Pero él simplemente me ignora. Alzo la cabeza, dispuesta a no dejar que nadie note que me tiemblen las piernas.
Antes, cuando esas mujeres me estaban arreglando, he oído un trozo de conversación en el que mencionaban que tendrían que hacer un ritual especial por el amuleto que llevo al cuello. Amuleto que ,por cierto, pienso tirar en cuanto consiga salir de aquí.
Un hombre con la cabeza rapada y una piel de leopardo sobre los hombros se acerca al altar y se arrodilla ante el niño que hay a mi lado. Cuando se levanta abre los brazo al  cielo antes de decir:
-¡Oh, Gran Dios Horus! ¿Aceptas esta unión?-
Lo único coherente que me pasa ahora por la cabeza es:
-Como al Gran Dios Horus se le ocurra, alguien le va a dar al Gran Dios Horus una patada en su culo de halcón.-
Aunque no me da tiempo a pensar nada más por que en este preciso instante un símbolo, el mismo que el de mi collar, cae en un color rojo desde el cielo y se desvanece antes de tocar el suelo. Detrás del primero caen más simbolitos que yo no sé leer, aunque por la emoción de los presentes deben significar algo parecido a  <Todo guay>. Cuando las imágenes ya se han disuelto en el aire el hombre de la piel de leopardo, que supongo que será un sacerdote, mete la mano en un cuenco de agua y después repite el proceso con el niño y empieza a cantar.
No le presto atención, noto como si una mano helada me estuviese apretando las entrañas. Voy a tener que pasarme los diez próximos años criando a mi marido.  El que por cierto todavía no ha abierto la boca.
La ceremonia termina y el guardia vuelve a cogerme del brazo para guiarme entre los pasillos del patio exterior. Noto un movimiento a un lado y giro la cabeza para ver desaparecer al chacal por una puerta lateral que da al exterior.
Una puerta lateral que nadie vigila.
Veo mi oportunidad a la libertad. Miro a los lados y veo que no hay nadie alrededor, entonces agarro con las dos manos una de las muñecas del guarda y lo lanzo al suelo. Su cabeza choca contra la piedra y se queda inconsciente. Siento una fuerza oscura dentro de mí, oscura y poderosa, pero desaparece tan rápido que debo habérmelo imaginado.
Corro.
Corro todo lo que puedo hasta mezclarme entre la gente del pueblo, deshaciéndome de todas las joyas que me han dado en el palacio por el camino. Y sigo corriendo hasta que estoy a las puertas de Philae.
Me apoyo en una de sus columnas laterales e intento recuperar el aliento y asimilar la situación. Me levanto de golpe.
Todo es por su culpa.
El cerdo asqueroso de Edfú.
Empiezo a gritar todo tipo de cosas, y aunque no recuerde a mi madre estoy segura de que me mataría si me oyese ahora mismo.
Cuando ya voy a empezar con la siguiente ronda de insultos, una voz femenina , extrañamente familiar, me interrumpe:
-Por lo que veo, no le tienes mucha estima a mi hijo.-
Me giro, dispuesta a enseñarle en que estima la tengo a ella, pero la mujer me pone una mano en el hombro y me tranquilizo. La dejo que siga hablando, repentinamente se me ha pasado todo el enfado.
-Yo soy Isis, entra en mi templo, portadora, y aprenderás nuestras artes más secretas. Entra y déjanos enseñarte la verdad.-
Ella entra en el templo, y yo, la sigo

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